He descrito indicios de conducta que pueden autodelatar información ocultada, indicar que el sujeto no ha preparado bien su estrategia o traicionar una emoción que no se ajusta a ésta.
Los deslices verbales, los deslices emblemáticos y las pero ratas enardecidas pueden dejar traslucir información ocultada de cualquier índole: emociones, acontecimientos del pasado, planes o intenciones, fantasías, ideas actuales, etc.
El lenguaje evasivo y los circunloquios, las pausas, las repeticiones de palabras o fragmentos de palabras y otros errores cometido al hablar, así como la disminución en la cantidad de ilustraciones, pueden señalar que el hablante no pone mucho cuidado en lo que dice, por no haberse preparado de antemano. Son signos de la presencia de alguna emoción negativa. Las ilustraciones menguan también con el aburrimiento.
El tono más agudo de la voz, así como el mayor volumen y velocidad del habla, acompañan al temor, la rabia y quizás a la excitación o entusiasmo. Se producen las alteraciones opuestas con la triste a y tal vez con el sentimiento de culpa.
Los cambios notorios en la respiración o el sudor, el hecho de tragarse con frecuencia o de tener la boca muy seca, son signos de emociones intensas, y es posible que en el futuro se pueda averiguar, a partir de la pauta correspondiente a estas alteraciones, a qué emoción pertenecen.
El rostro puede constituir una fuente de información valiosa para el cazador de mentiras, porque es capaz de mentir y decir la verdad, y a menudo hace ambas cosas al mismo tiempo. El rostro suele contener un doble mensaje: por un lado, lo que el mentiroso quiere mostrar; por el otro, lo que quiere ocultar. Ciertas expresiones faciales están al servicio de la mentira, proporcionando información que no es veraz, pero otras la traicionan porque tienen aspecto de falsas y los sentimientos se filtran pese al deseo de ocultarlos. En un momento dado, habrá una expresión falsa pero convincente, que al momento siguiente será sucedida por expresiones ocultadas que se autodelatan. Hasta es posible que lo genuino y lo falso aparezcan, en distintas partes del rostro, dentro de una expresión combinada única. Creo que el motivo de que la mayoría de la gente sea incapaz de detectar mentiras en el rostro de los demás se debe a que no sabe cómo discriminar lo genuino de lo falso.
Las expresiones auténticamente sentidas de una emoción tienen lugar a raíz de que las acciones faciales pueden producirse de forma involuntaria, sin pensarlo ni proponérselo; las falsas, a raíz de que existe un control voluntario del semblante que le permite a la gente coartar lo auténtico y presumir lo falso. La cara es un sistema dual en el que aparecen expresiones elegidas deliberadamente y otras que surgen de forma espontánea, a veces sin que la persona se dé cuenta siquiera. Entre lo voluntario y lo involuntario hay un territorio intermedio ocupado por expresiones aprendidas en el pasado pero que han llegado a operar automáticamente, sin ser elegidas cada vez o incluso a pesar de cualquier elección, y en el caso típico sin que se tenga conciencia de ello. Ejemplos de esto son los manierismos faciales y los hábitos inveterados que indican cómo manejar ciertas facciones (por ejemplo, los hábitos que impiden mostrar enojo delante de las figuras de autoridad). Aquí me interesan, sin embargo, las expresiones falsas voluntarias y deliberadas, que se muestran como parte de un esfuerzo por desorientar al otro, y las expresiones emocionales espontáneas e involuntarias que de vez en cuando delatan los sentimientos del mentiroso pese a su afán de ocultarlas.
Pero, como he dicho, el rostro no es puramente un sistema de señales emocionales involuntarias. Ya en los primeros años de vida los niños aprenden a controlar alguna de sus expresiones faciales, ocultando así sus verdaderos sentimientos y fingiendo otros falsos. Los padres se lo enseñan con el ejemplo y, más directamente, con frases del tipo de: “No pongas esa cara de enfadado”; “¿No sonríes a tu tía que te ha traído un regalo?”; “¿qué te pasa que tienes esa cara de aburrimiento?”.
A medida que crecen, las personas aprenden tan bien las reglas de exhibición que éstas se convierten en hábitos muy arraigados. Después de un tiempo, muchas de esas reglas destinadas al control de la expresión emocional llegan a operar de manera automática, modulando las expresiones sin necesidad de elegirlas o incluso sin percatarse de ellas. Aunque un individuo sea consciente de sus reglas de exhibición, no siempre le es posible —y por cierto nunca le es fácil— detener su funcionamiento. Una vez que se implanta un hábito, y opera automáticamente sin necesidad de tomar conciencia de él, es muy difícil anularlo. Creo que posiblemente los hábitos que más cuesta desarraigar son los vinculados al control de las emociones, o sea, las reglas de exhibición.
Son estas reglas, algunas de las cuales varían de una cultura a otra, las que provocan en los viajeros la impresión de que las expresiones faciales no son universales. He notado que los japoneses, al serles proyectadas películas cinematográficas que les despertaban diversas emociones, no las expresaban de manera distinta a los norteamericanos si estaban a solas; en cambio, si había otra persona presente mientras veían la película (y en particular si era una persona dotada de autoridad), se atenían, en medida mucho mayor que los norteamericanos, a reglas de exhibición que los llevaban a enmascarar toda expresión de emociones negativas con una sonrisa diplomática.
Además de estos mecanismos de control habitual automático de las expresiones faciales, las personas pueden elegir de forma deliberada y a conciencia (y a menudo lo hacen) censurar la expresión de sus sentimientos auténticos o falsear la de una emoción que no sienten. La mayoría tiene éxito en algunos de sus engaños faciales. Todos podemos recordar, sin duda, alguna vez que nos desorientó completamente la expresión de alguien, aunque también casi todos hemos tenido la experiencia opuesta, a saber, la de darnos cuenta de que lo que estaba diciendo alguien era falso tan sólo por la mirada que tenía en ese momento. ¿Qué pareja no recordará un caso en que uno de ellos vio en la cara del otro una emoción (por lo general, ira o temor) de la que el otro no tenía conciencia, y aun negaba sentir? La mayoría de la gente se cree capaz de detectar las expresiones falsas; nuestra investigación ha demostrado que la mayoría no lo es.
Hay miles de expresiones faciales diferentes. Muchas no tienen relación con ninguna emoción. Un gran número de ellas son, como señales de la conversación; al igual que las ilustraciones mediante movimientos corporales, estas señales sirven para destacar ciertos aspectos del discurso o incluso como signos sintácticos (por ejemplo, como signos de interrogación o de exclamación faciales). También existen algunos emblemas faciales: el guiño, las cejas alzadas —párpado superior fláccido— labios cerrados en forma de U invertida como señal de ignorancia equivalente a encogerse de hombros, el escepticismo evidenciado en una sola ceja alzada... para nombrar sólo unos pocos. También existen manipulaciones faciales: morderse el labio, o chupárselo, o secárselo con la punta de la lengua, inflar los carrillos Están, en fin, las expresiones emocionales propiamente dichas, verdaderas y falsas.
No hay una expresión única para cada emoción sino decenas de expresiones, y en algunos casos centenares. Cada emoción cuenta con una familia de expresiones visiblemente distintas una de otra. Y esto no debe sorprender: a cada una no le corresponde un solo sentimiento o experiencia, sino toda una familia. Considérese el caso de la familia de las experiencias de ira; ésta puede variar en los siguientes aspectos
• intensidad, desde el fastidio hasta la furia;
• grado de control, desde la ira explosiva hasta el enfado;
• tiempo de arranque, desde la irascibilidad de quienes pierden la calma en un instante, hasta los que arden a fuego lento;
• tiempo de descarga, desde la descarga inmediata hasta la descarga prolongada;
• temperatura, de caliente a fría;
• autenticidad, desde la cólera real hasta el enojo fingido que muestra un padre arrobado ante las encantadoras travesuras de su hijo.
La familia de la ira crecería más aún si se incluyesen las fusiones entre ella y otras emociones —por ejemplo, la ira gozosa, la culpable, la puritana, la desdeñosa—.
Las microexpresiones son expresiones emocionales que abarcan todo el rostro y duran apenas una fracción de lo que duraría la misma expresión en condiciones normales, como si se la hubiese comprimido en el tiempo; son tan veloces que por lo general no se las ve.
Tanto las microexpresiones como las expresiones abortadas están sujetas a los dos inconvenientes que dificultan la interpretación de la mayoría de los indicios del engaño. Recordemos, de la sección anterior, el riesgo de Brokaw, en el cual el cazador de mentiras no tiene en cuenta las diferencias individuales en la expresión emocional. Dado que no todos los que ocultan emociones van a presentar una microexpresión o una expresión abortada, su ausencia no es indicio de verdad. Hay diferencias individuales en el control de la expresión, y algunos individuos —los que he llamado “mentirosos naturales”— la dominan a la perfección. El segundo inconveniente es el que he llamado el error de Otelo: no advertir que ciertas personas veraces se ponen nerviosas o emotivas cuando alguien sospecha que mienten. Para evitarlo, el cazador de mentiras debe entender que aunque alguien manifieste una microexpresión o una expresión abortada, ello no basta para asegurar que miente. Casi cualquiera de las emociones delatadas por éstas puede sentirlas también un inocente que no quiere que se sepa que tiene dichos sentimientos. Una persona inocente tal vez tenga miedo de que no le crean, o sienta culpa por alguna otra cosa, o enojo o fuerte disgusto por una acusación injusta, o le encante la posibilidad que se le ofrece de demostrar que su acusador está equivocado o esté sorprendida por los cargos que se le hacen, etc. Si esta persona desea ocultar uno de estos sentimientos, podría producirse una microexpresión o una expresión abortada. En el próximo capítulo nos ocuparemos de estos problemas de interpretación de las “micros” y de las expresiones abortadas.
Sentimos tanto rechazo hacia las mentiras que parecería un error de mi parte llamar “mentiroso” a una persona respetable; pero como ya expliqué, no utilizo este término con sentido peyorativo, y como explicaré más adelante, creo que algunos mentirosos tienen la razón moral de su parte.
En ocasiones, con gente que no era capaz de representar los movimientos solicitados, yo les pedía que utilizasen la técnica de Stanislavski, reviviendo sentimientos tristes o de temor; a menudo aparecían entonces esas acciones faciales que no lograban realizar cuando se lo proponían. También un mentiroso puede conocer y emplear la técnica de Stanislavski, cuyo caso no habría signos de una ejecución falsa, ya que en cierto sentido no lo sería. En la emoción falsa del mentiroso aparecerían movilizados los músculos faciales fidedignos porque, en efecto, él estaría experimentando de hecho tal emoción. Cuando los sentimientos se recrean merced a la técnica de Stanislavski, la línea demarcatoria entre lo falso y lo verdadero se desdibuja. Peor aún es el caso del mentiroso que logra engañarse a sí mismo llegando a pensar que su mentira es verdad. Estos mentirosos son indetectables. Sólo es posible atrapar a los mentirosos que, cuando mienten, saben que mienten.
Hasta ahora he descrito tres modos en que pueden autodelatarse los sentimientos ocultos: las microexpresiones; lo que puede verse antes de un movimiento abortado; y lo que queda presente en el rostro después de haber fracasado en el esfuerzo por inhibir la acción de los músculos faciales fidedignos. Mucha gente cree en una cuarta fuente transmisora de sentimientos ocultos: los ojos. Se dicen que son “el espejo del alma” y que pueden revelar los sentimientos genuinos más íntimos. La antropóloga Margaret Mead citó a un profesor soviético que discrepaba con esta opinión general: “Antes de la revolución solíamos decir que los ojos eran el espejo del alma. Pero ellos pueden mentir... ¡y cómo! Con los ojos usted puede expresar la más devota atención sin que, en realidad, esté prestando ninguna. Puede expresar serenidad o sorpresa”. Esta divergencia en cuanto a la fidelidad de los ojos puede resolverse discriminando cinco fuentes de información en ellos. Sólo tres de las cuales, como veremos, suministran autodelaciones o indicios del engaño.
En primer lugar están las variaciones en el aspecto que presenta el ojo producidas por los músculos que rodean el globo ocular. Estos músculos modifican la forma de los párpados, la cantidad del blanco del ojo y del iris que se ve, y la impresión general que se obtiene al mirar la zona de los ojos. pero como ya dijimos, la acción de estos músculos no ofrece indicios fidedignos del engaño, ya que es relativamente sencillo mover los de forma voluntaria e inhibir su acción. No es mucho lo que se delatará, salvo como parte de una microexpresión o de una expresión abortada.
La segunda fuente de información ocular es la dirección de la mirada. La mirada se aparta en una serie de emociones: baja con la tristeza, baja o mira a lo lejos con la vergüenza o la culpa, y mira a lo lejos con la repulsión. No obstante, es probable que un mentiroso, por culpable que se sienta, no aparte la vista demasiado, ya que los mentirosos saben perfectamente que todo el mundo confía en detectarlos de esta manera. El profesor soviético citado por Margaret Mead comentaba lo sencillo que es controlar la dirección de la propia mirada. Sorprendentemente, la gente sigue siendo engañada por mentirosos lo bastante hábiles como para no desviar la vista: “Una de las cosas que llevaron a Patricia Gardner a sentirse atraída por Giovanni Vigliotto, el hombre que llegó a casarse tal vez con un centenar de mujeres, fue ese ‘rasgo de sinceridad’ consistente en mirarla directamente a los ojos, según declaró ella ayer en su testimonio [en el proceso que le inició a Vigliotto por bigamia]”.
La tercera, cuarta y quinta fuentes de información de la zona de los ojos son más prometedoras como signos de autodelación o indicios del engaño. El parpadeo puede ser voluntario, pero también se produce como una reacción involuntaria, que aumenta cuando el sujeto siente una emoción. Asimismo, en un individuo emocionado se dilatan las pupilas, aunque no existe una vía que permita optar por esta variante voluntariamente. La dilatación de la pupila es producida por el sistema nervioso autónomo, el mismo que da lugar a las alteraciones en la salivación, la respiración y el sudor ya mencionadas, así como a otros cambios faciales que se mencionarán luego. Si bien un parpadeo más intenso y la dilatación de las pupilas indican que el individuo está movido emocionalmente, no revelan de qué emoción se trata. Pueden ser signos de excitación entusiasta, rabia o temor. Sólo son autodelatores válidos cuando la manifestación de una emoción cualquiera trasluciría que alguien miente, y el cazador de mentiras puede desechar la posibilidad de estar ante el temor de un inocente a ser juzgado erróneamente.
Las lágrimas, que son la quinta y última fuente de información de la zona ocular, también son producidas por el sistema nervioso autónomo; pero ellas sólo son signos de algunas emociones, no de todas. Se presentan cuando hay tristeza, desazón, alivio, ciertas formas de goce y risa incontrolada.
Pueden delatar tristeza o desazón si los demás signos permanecen ocultos, aunque mi presunción es que en tal caso también las cejas mostrarían la emoción y el individuo, una vez que le aflorasen las lágrimas, rápidamente reconocería cuál es el sentimiento que está ocultando. Las lágrimas de risa no se filtrarán si la risa misma ha sido sofocada.
El SNA provoca otros cambios visibles en el rostro: el rubor, el empalidecimiento y el sudor, todos los cuales son difíciles de ocultar, como sucede con los demás cambios corporales y faciales que provienen del SNA. No se sabe con certeza si el sudor, lo mismo que el aumento del parpadeo y la dilatación de las pupilas, es un signo de que se ha despertado una emoción cual quiera, o en lugar de ello es específico de una o dos emociones,
Sobre el rubor y el empalidecimiento poco y nada se sabe. Se supone que el rubor es un signo de turbación o de embarazo, que también se presenta cuando hay vergüenza y quizá culpa. Se dice que es más corriente en las mujeres que en los hombres, aunque se ignora por qué. El rubor podría delatar que el mentiroso se siente turbado o avergonzado por lo que oculta, o podría ocurrir que ocultase la turbación misma. El rostro también se pone rojo de rabia, y nadie sabría distinguir este enrojecimiento del rubor propiamente dicho; presumible- mente, ambos implican la dilatación de los vasos sanguíneos periféricos de la piel, pero el enrojecimiento de la ira y el rubor de la cohibición o la vergüenza podrían ser distintos ya sea en intensidad, zonas del rostro afectadas o duración. Mi presunción es que la cara enrojece de ira sólo cuando ésta ha quedado fuera de control, o cuando el sujeto trata de controlar una rabia que está a punto de explotar. En tal caso, habitualmente habrá en el rostro o la voz otras pruebas de la ira, y el cazador de mentiras no tendrá que confiar en la coloración de la cara para discernir esta emoción. Si la ira está más controlada, el rostro puede empalidecer o ponerse blanco, como también ocurre cuando se siente miedo. El empalidecimiento puede aparecer incluso cuando la mímica de esta emoción ha sido perfectamente disimulada. Curiosamente, muy poco se han estudiado las lágrimas, el rubor, el enrojecimiento o el empalidecimiento respecto de la expresión u ocultamiento de determinadas emociones.
MENTIRAS Y EXPRESIONES FACIALES
Un cazador de mentiras no debe confiar jamás en un solo indicio del engaño; puede haber muchos. Los indicios faciales deben ser corroborados por los que proceden de las palabras, la voz y el resto del cuerpo. Aun dentro del rostro mismo, no debería interpretarse ningún indicio si éste no se repite y, mejor aun, si no es confirmado por otro indicio facial.
Antes vimos las tres fuentes de la autodelación o vías por las cuales el rostro traiciona los sentimientos ocultos: los músculos faciales fidedignos, los ojos, y las alteraciones en el semblante derivadas de la acción del SNA. La asimetría forma parte de otro grupo de tres indicios, que no delatan lo que se está ocultando pero sí ofrecen pistas acerca de que la expresión utilizada es falsa. De este grupo forman parte los datos relativos al tiempo de ejecución.
El tiempo incluye la duración total de una expresión facial, así como lo que tarda en aparecer (tiempo de arranque) y en desaparecer (tiempo de descarga). Los tres elementos mencionados pueden ofrecer pistas sobre el embuste. Las expresiones de larga duración (sin duda las que se extienden por más de diez segundos, y normalmente también si duran más de cinco segundos) son probablemente falsas. En su mayoría, las expresiones auténticas no duran tanto. Salvo que el individuo esté experimentando una experiencia culminante o límite —se halle en la cumbre del éxtasis, en el momento de furia más violenta, o en el fondo de una depresión—, las expresiones emocionales genuinas no permanecen en el rostro por más de unos segundos. Ni siquiera en esos casos extremos las expresiones duran tanto; por el contrario, hay muchas expresiones que son más breves. Largas suelen ser emblemas o expresiones fingidas.
Respecto del tiempo de arranque y de descarga, no hay reglas segur que conduzcan a algunas pistas sobre el embuste, salvo en lo tocante a la sorpresa. Para que una manifestación de sorpresa sea genuina, tanto su aparición como su duración y su desaparición tienen que ser breves (habitualmente, menos de un segundo). Si duran mucho, la sorpresa es fingida pero no apunta a engañar (la persona se hace la sorprendida), o bien se trata de un emblema de sorpresa (la persona quiere comunicar que está sorprendida), o de una sorpresa falsa (la persona trata de parecer sorprendida aunque no lo está, para engañar).
La sorpresa es siempre una emoción muy breve, que sólo dura hasta que el individuo se ha enterado del hecho imprevisto. La mayoría sabe cómo fingir sorpresa pero pocos lo hacen de forma convincente, con el rápido arranque y la rápida descarga que tiene un sentimiento natural de sorpresa. Una crónica periodística muestra lo útil que puede llegar a ser una auténtica expresión de sorpresa: “Un individuo, Wayne Milton, condenado por error, a quien se acusaba de ser el autor de un asalto a mano armada, fue liberado ayer después de que el abogado querellante, tras advertir la reacción del sujeto frente al veredicto de culpabilidad, recogiera nuevas pruebas de su inocencia. El fiscal auxiliar del Estado, Tom Smith, aseguró darse cuenta de que algún error se había producido cuando vio cómo se descomponía el rostro de Milton en el momento en que el jurado lo condenó por el robo de 200 dólares en la Compañía de Gas Lake Apopka, el mes pasado”.
La tercera fuente de pistas sobre la falsedad de una expresión es su sincronización con respecto al hilo del discurso, los cambios en la voz y los movimientos corporales. Supongamos que alguien quiere fingir que está furioso y grita: “¡Ya me tienes harto con esa manera de comportarte!”. Si la expresión de ira aparece en el rostro con posterioridad a las palabras, es más probable que sea falsa que si aparece en el mismo momento en que se lanza la exclamación, o incluso segundos antes. No hay tanto margen de maniobras, quizá, para situar la expresión facial respecto de los movimientos corporales. Imaginemos que junto con su manifestación verbal de estar harto, el mentiroso descarga un puñetazo sobre la mesa: será más probable que la expresión sea falsa si viene después del puñetazo. Las expresiones faciales no sincronizadas con los movimientos corporales son con mucha probabilidad pistas fehacientes.
Ningún análisis de los signos faciales del engaño sería completo si no considerara una de las expresiones faciales más frecuentes: la sonrisa. Un rasgo que la caracteriza, frente a todas las demás expresiones faciales, es que para mostrar contento o bienestar basta con mover un solo músculo, mientras que todas las restantes emociones requieren la acción concertada de tres a cinco músculos. Esa sonrisa simple de bienestar o satisfacción es la expresión más reconocible de todas. Hemos comprobado que es la que puede verse a mayor distancia (casi cien metros) y con menor tiempo de exposición. Además, es difícil no devolver una sonrisa: la gente lo hace incluso ante los rostros sonrientes de una foto. Ver una sonrisa resulta agradable... como lo saben muy bien los expertos en anuncios publicitarios.
La sonrisa es quizá la más desestimada de las expresiones faciales; es mucho más complicada de lo que supone la mayoría de la gente. Hay decenas de sonrisas diferentes en su aspecto y en el mensaje que transmiten. La sonrisa puede ser señal de una emoción positiva (bienestar, placer físico o sensorial, satisfacción, diversión, por nombrar sólo unas pocas), pero a veces las personas sonríen cuando se sienten desdichadas. No se trata de esas sonrisas falsas usadas para convencer a otro de que uno tiene un sentimiento positivo cuando no lo tiene, y que a menudo encubren la expresión de una emoción negativa. Hace poco comprobamos que estas sonrisas falsas desorientan a quienes las ven. Hicimos que unos sujetos miraran únicamente las sonrisas que aparecían en el rostro de nuestras estudiantes de enfermería y evaluaran si eran genuinas (o sea, si aparecían cuando la estudiante estaba viendo una película agradable) o falsas (aparecían cuando la estudiante ocultaba las emociones negativas que les suscitaba nuestro film sangriento). Los resultados no fueron mejores que respondiendo al azar. Creo que el problema no es la imposibilidad de reconocer las sonrisas engañosas, sino un desconocimiento más general acerca de la gran cantidad de tipos de sonrisas que hay. Las falsas no podrán diferenciarse de las auténticas a menos que se sepa cómo se asemeja o aparta cada una de las restantes integrantes de la familia de las sonrisas. Existen dieciocho tipos distintos de sonrisas, ninguna de ellas engañosa en sí misma.
El denominador común de la mayoría de las sonrisas es el cambio que en el semblante el músculo cigomático mayor, que une los malares con las comisuras de los labios, cruzando cada lado del rostro. Al contraerse, el cigomático mayor tira de la comisura hacia arriba en dirección al malar, formando un ángulo. Si el movimiento es fuerte, también estira los labios, alza las mejillas, forma una hondonada bajo los párpados inferiores y produce, al costado de las comisuras de los ojos, las clásicas arrugas conocidas como “patas de gallo”. (En algunos individuos, este músculo empuja levemente hacia abajo también el extremo de la nariz, en tanto que en otros les tensa un poco la piel cerca de la oreja.) La acción conjunta de algunos otros músculos y del cigomático mayor da lugar a los diferentes miembros de la familia de las sonrisas; y hay asimismo unas pocas apariencias sonrientes producidas por otros músculos sin la intervención del cigomático.
Pero basta la acción del cigomático para generar la sonrisa evidenciada toda vez que uno siente una emoción genuina positiva, no controlada. En esta sonrisa auténtica no participa ningún otro mus de la parte inferior del rostro; la única acción concomitante que puede presentarse es la contracción de los músculos orbiculares de los párpados, que rodean cada ojo. Estos últimos son asimismo capaces de provocar la mayoría de las alteraciones en la parte superior del rostro a que da lugar la acción del cigomático mayor: elevación de la mejilla, depresión de la piel debajo del ojo, “patas de gallo”. Esta dura más y es más intensa cuando los sentimientos positivos son más extremos.
Creo que la sonrisa auténtica expresa todas las experiencias emocionales positivas (goce junto a otra persona, contento o felicidad, alivio, placer táctil, auditivo o visual, diversión, satisfacción), sólo con diferencias en la intensidad de la mímica y en el tiempo de duración.
Con la sonrisa amortiguada la persona muestra que tiene efectivamente sentimientos positivos, aunque procura disimular su verdadera intensidad. El objetivo es amortiguar (aunque no suprimir) la expresión de las emociones positivas, y mantener la expresión dentro de ciertos límites, y quizá la experiencia emocional misma. Tal vez se aprieten los labios, se lleve hacia arriba el labio-inferior, se estiren y lleven hacia abajo las comisuras; también puede suceder que cualquiera de estas tres acciones se combinen con las propias de una sonrisa común, como se da en ciertos casos.
La sonrisa triste pone de manifiesto la experiencia de emociones negativas. No está destinada a ocultar algo sino que constituye una especie de comentario facial de que uno se siente desdichado. Habitualmente, la sonrisa triste implica asimismo que la persona no va a quejarse demasiado por su desdicha, al menos por el momento: hará la mueca y la seguirá soportando. Hemos asistido a esta clase de sonrisas presentes en el rostro de sujetos que en nuestro laboratorio, a solas, presenciaban s escenas sangrientas de la película médica, ignorando que la cámara los filmaba. Con frecuencia, esta sonrisa surgía en un primer momento, cuando el sujeto se daba cuenta de lo espantosa que era la película. También hemos visto sonrisas tristes en el rostro de pacientes deprimidos, como un comentario sobre su infortunada situación. Las sonrisas tristes suelen ser asimétricas y superponerse a otra expresión emocional a todas luces negativa, no enmascarándola sino sumándose a ella; a veces surge inmediatamente después de una expresión de este tipo. Si la sonrisa triste es señal de un intento de controlar la manifestación del temor, la ira o la desazón, puede parecerse mucho a la sonrisa amortiguada. La presión de los labios, la elevación y prominencia del labio inferior movido por el músculo cuadrado de la barbilla, y la tirantez o caída de las comisuras pueden contribuir al control del estallido de esos sentimientos negativos. La diferencia clave entre esta versión de la .sonrisa triste y la sonrisa amortiguada es que en ella no hay rastros de contracción del músculo orbicular de los párpados. En la sonrisa amortiguada ese músculo actúa (contrayendo la piel en torno del ojo y generando las patas de gallo) porque se siente algún goce, en tanto que no actúa en la sonrisa triste porque en este caso no lo hay. La sonrisa triste puede estar acompañada de señales de las emociones negativas auténticas que se patentizan en la frente y las cejas.
En una fusión de emociones, como vimos, dos o más de éstas se experimentan a la vez y son registradas en la misma expresión facial. Cualquier emoción puede fusionarse con cualquier otra. Aquí lo que nos interesa es el aspecto que presentan las fusiones con emociones positivas. Si un individuo disfruta de su rabia, su sonrisa de gozosa rabia (podría llamársela también “sonrisa cruel” o “sádica”) presentará un afinamiento de los labios y a veces una elevación del labio superior, sumados a los rasgos de la sonrisa auténtica.
En la expresión de gozoso desdén, la sonrisa auténtica se fusiona con la contracción de una o ambas comisuras de los labios. Puede sentirse una mezcla de tristeza y temor, como seguramente la sienten los lectores de los libros y espectadores de las películas que arrancan lágrimas o producen terror. La gozosa tristeza se aparenta en una caída de las comisuras compatible con la elevación general que produce la sonrisa auténtica. En el gozoso temor, los rasgos acompañan una sonrisa autentica mezclada con un estiramiento horizontal de los labios. Hay experiencias gozosas que son calmas y de tranquila satisfacción, pero en otras el goce se confunde con la excitación en un sentimiento de exaltado entusiasmo. En la gozosa excitación, amén de la sonrisa auténtica, hay una elevación del párpado superior. El actor cómico Harpo Marx solía mostrar en sus películas esta sonrisa de gran regocijo, y a veces, cuando hacía una picardía, la sonrisa de gozosa rabia. En la gozosa sorpresa se alzan las cejas, cae el mentón, se eleva el párpado superior y aparece la sonrisa auténtica.
Hay otros dos tipos de sonrisas que implican la fusión de la sonrisa auténtica con una forma particular de mirar. En la sonrisa conquistadora, el flirteador muestra una sonrisa auténtica al mirar a la persona que le interesa y de inmediato aparta la vista de ella, pero enseguida vuelve a echarle una mirada furtiva lo bastante prolongada como para que se note, y desvía la vista nuevamente. Uno de los elementos que vuelven tan extraordinario el cuadro de la Gioconda pintado por Leonardo da Vinci es que la atrapó en medio de una de esas sonrisas conquistadoras, con el rostro apuntando hacia adelante pero los ojos hacia un costado, mirando a hurtadillas al objeto de su interés. En la vida real ésta es una secuencia en que la mirada se aparta apenas un instante. En la sonrisa de turbación se baja la vista o se aparta para no encontrarse con los ojos del otro. A veces habrá una elevación momentánea de la protuberancia del mentón (con un movimiento de la piel situada entre el labio inferior y el extremo de la barbilla) en medio de una sonrisa auténtica. En otra versión, el embarazo se muestra combinando la sonrisa amortiguada con el movimiento de los ojos hacia abajo o hacia el costado.
Una sonrisa poco corriente es la sonrisa de Chaplin, producida por obra de un músculo que la mayoría de la gente no puede mover de forma deliberada, Charlie Chaplin sí podía, ya que esta sonrisa, en la cual los labios se elevan en un ángulo mucho más pronunciado que el de la sonrisa auténtica, era su señal distintiva. Es una sonrisa insolente y burlona a la vez, que se sonríe del propio sonreír.
Los cuatro tipos siguientes de sonrisas tienen una misma apariencia pero cumplen finalidades sociales muy distintas. En todos los casos, la sonrisa es voluntaria. A menudo, estas sonrisas son asimétricas.
La sonrisa mitigadora tiene como propósito limar las asperezas de un mensaje desagradable o crítico, a menudo forzando al receptor de la crítica a que devuelva la sonrisa a pesar de la molestia o desazón que ésta pueda provocarle. La sonrisa mitigadora es deliberada y aparece de forma rápida y abrupta. Las comisuras de los labios pueden contraerse y en ocasiones el labio inferior se alza levemente durante un instante. Suele ir acompañada de un movimiento afirmativo, que se ladea y baja de tal modo que el que sonríe mira un poco de arriba abajo a la persona a quien critica.
La sonrisa de acatamiento significa el reconocimiento de que hay que tragarse una dolorosa píldora sin protestar. Nadie podrá suponer que es feliz el que sonríe, sino que acepta su infausto destino. Se parece a la sonrisa mitigadora, pero sin que la cabeza adopte la postura propia de ésta. En cambio, pueden elevarse las cejas un momento, o encogerse los hombros, o dejarse oír un suspiro.
La sonrisa de coordinador regula el intercambio verbal de dos o más personas. Es una sonrisa cortés, de cooperación, que pretende mostrar serenamente coincidencia, comprensión, el propósito de realizar algo o el reconocimiento de que lo que ha hecho el otro es apropiado. Es una sonrisa leve, por lo común asimétrica, en la que no participan los músculos orbiculares de los párpados.
La sonrisa de interlocutor es una particular sonrisa de coordinador empleada al escuchar a otro, para hacerle saber que se ha comprendido todo lo que ha dicho y de que no precisa repetir nada. Equivale a decir “está bien”, o al movimiento afirmativo con la cabeza —que suele acompañarla-—. El que habla no deducirá de ella que su interlocutor está contento, sino sólo que lo alienta a seguir hablando.
Cualquiera de las cuatro sonrisas enunciadas en último término (la mitigadora, la de acatamiento, la de coordinador y la de interlocutor) pueden ser reemplazadas a veces por una sonrisa auténtica. Si a alguien le complace transmitir un mensaje mitigador, o mostrar acatamiento, o coordinar, o ser el interlocutor de otro, puede mostrar la sonrisa auténtica en vez de alguna de las sonrisas no auténticas que he mencionado.
Ahora consideremos la sonrisa falsa. Su finalidad es convencer al otro de que se siente una emoción positiva, cuando no es así. Tal vez no se sienta nada en absoluto, o tal vez se sientan emociones negativas, pero el mentiroso quiere ocultarlas enmascaradas detrás de una sonrisa falsa. A diferencia de la sonrisa de desdicha, que transmite el mensaje de que no se experimenta ningún placer, la falsa trata de hacerle creer al otro de que sienten cosas positivas. Es la única sonrisa mentirosa.
Hay varios indicios para distinguir las sonrisas falsas de las sonrisas auténticas que simulan ser:
Las sonrisas falsas son más asimétricas que las auténticas,
Una sonrisa falsa no estará acompañada nunca de la acción de los músculos orbiculares de los párpados. Por ende, en una sonrisa falsa leve o moderada no se alzarán las mejillas, ni habrá hondonadas debajo de los ojos, ni patas de gallo, ni el leve descenso de las cejas que se presentan en la sonrisa auténtica leve a moderada. En cambio, si la sonrisa falsa es más pronunciada, la propia acción de sonreír (o sea, la acción del músculo cigomático mayor) alzará las mejillas, cavará la cuenca de los ojos y producirá arrugas en las comisuras de éstos. Pero no bajará las cejas. Si alguien, mirándose en un espejo, sonríe en forma cada vez más marcada, notará que a medida que la sonrisa se amplía las mejillas se levantan y aparecen las patas de gallo; pero las cejas no descenderán a menos que también actúe el músculo palpebral. La falta de participación de las cejas es un indicio sutil pero decisivo para diferenciar las sonrisas auténticas de las sonrisas falsas cuando la mueca es pronunciada.
El tiempo de desaparición de la sonrisa falsa parecerá notablemente inapropiado, es decir puede esfumarse demasiado abruptamente, o tal vez deforma escalonada.
Usada como máscara, la sonrisa falsa no abarca más que movimientos en la parte inferior del rostro y en el párpado inferior. Seguirán siendo visibles los movimientos de los músculos faciales fidedignos de la frente, que señalan el temor o la angustia. Y aun en la parte inferior de la cara, la sonrisa falsa quizá no logre disimular por completo los signos de la emoción que pretendemos ocultar, haya una mezcla de elementos de tal manera que se perciban huellas, como en una fusión de emociones.
El rostro puede mostrar muchos y muy diferentes indicios del engaño: microexpresiones, expresiones abortadas, autodelación de los músculos faciales fidedignos, parpadeo, dilatación de las pupilas, lagrimeo, rubor, empalidecimiento, asimetría, errores en la secuencia temporal o la sincronización, y sonrisas falsas. Algunos de estos indicios delatan una información oculta; otros proporcionan pistas que indican que algo se está ocultando, aunque no nos dicen qué; y otros marcan que una expresión es falsa.
Estos signos faciales del engaño, al igual que los que suministran las palabras, la voz y el resto del cuerpo (y que hemos descrito en el capítulo anterior), varían en cuanto a la exactitud de la información transmitida. Algunos revelan con precisión cuál es la emoción que está experimentando el sujeto, por más que intente ocultarla; otros sólo nos dicen que la emoción ocultada es positiva o negativa, pero no cuál es exactamente; hay otros, en fin, más vagos aun, ya que sólo nos dicen que el mentiroso siente alguna emoción, sin que sepamos si es positiva o negativa. Pero quizá con esto baste. Saber que una persona siente una emoción, sea cual fuere, puede indicarnos que miente, si la situación es tal que, salvo que estuviera mintiendo, esa persona no tendría por qué sentir emoción alguna. En otras ocasiones, empero, no se traicionará la mentira si no disponemos de información más acabada sobre la emoción que efectivamente se está ocultando. Todo depende de cuál sea la mentira, de la estrategia adoptada por el sospechoso, de la situación, y de las demás explicaciones alternativas que —fuera de la mentira— pueden justificar que una cierta emoción no se manifieste abiertamente.
Hasta ahora hemos visto una de las fuentes de error en la detección del engaño: el riesgo de Brokaw, el hecho de no tomar en cuenta las diferencias individuales. Otra fuente de perturbaciones igualmente importante, que da origen a errores de incredulidad, es el error de Otelo, en el que se incurre cuando se pasa por alto que una persona veraz puede presentar el aspecto de una persona mentirosa si está sometida a tensión. Cada uno de los sentimientos que inspira una mentira y que son capaces de producir una autodelación o una pista sobre el embuste, puede asimismo ser experimentado por una persona sincera, a raíz de otros motivos, si se sospecha de ella. Un individuo sincero tal vez tema que no le crean, y ese temor puede confundirse con el recelo a ser detectado que es propio de un mentiroso. Hay sujetos con grandes sentimientos de culpa sin resolver acerca de otras cuestiones, que salen a la superficie toda vez que alguien sospecha que cometieron una falta; y estos sentimientos de culpa puede confundirse con los que siente el mentiroso por el engaño en que está incurriendo.
Por otra parte, los individuos sinceros quizá sientan desprecio por quienes los acusan falsamente, o entusiasmo frente al desafío que implica probar el error de sus acusadores, o placer anticipado por la venganza que se tomarán: y los signos de todos estos sentimientos pueden llegar a asemejarse al “deleite por embaucar” tan propio de algunos mentirosos. No son éstos los únicos sentimientos que pueden presentar tanto los sinceros de quienes se sospecha como los mentirosos; aunque sus razones no sean las mismas, unos y otros pueden sentirse sorprendidos o enojados, decepcionados, disgustados o angustiados ante las sospechas o las preguntas de quienes los interrogan.
He llamado a esto “el error de Otelo” porque la escena de la muerte de Desdémona, en la obra de Shakespeare, es un ejemplo excelente y célebre.
Otelo acaba de acusarla de amar a Casio y le pide que confiese su amor, y le dice que de todas maneras va a matarla por serle infiel. Desdémona le pide que lo haga venir para dar testimonio de su inocencia, pero Otelo le miente que ya lo hizo matar por lago, su honrado servidor, Desdémona comprende que no podrá probar su inocencia y que Otelo la matará sin parar mientes en nada:
Desdémona: ¡Ay, le han traicionado y estoy perdida!
Otelo: ¡Fuera de aquí, ramera! ¡Le lloras en mi cara!
Desdémona: ¡Oh, desterradme, mi señor, pero no me
matéis!
matéis!
Otelo: ¡Abajo, ramera!
Otelo interpreta el temor y la angustia de Desdémona como reacción ante la noticia de la presunta muerte de su amante, y cree corroborada así su infidelidad. No se da cuenta de que aunque Desdémona fuese inocente padecería esas mismas emociones: angustia y desesperación por el hecho de que su marido no le crea y por haber perdido la esperanza de probar su inocencia con la muerte de Casio, y a la vez temor de que Otelo la mate. Desdémona lloraba por su vida, su difícil situación, la desconfianza de su esposo, no por la muerte de su amante.
El error de Otelo es asimismo un ejemplo de cómo los prejuicios pueden inclinar tendenciosamente la opinión de un cazador de mentiras. Otelo está persuadido de que Desdémona le es infiel antes de esta escena; pasa por alto cualquier otra posible explicación de su comportamiento, no toma en cuenta de que las emociones de Desdémona no prueban nada ni en un sentido ni en el otro. Quiere confirmar su creencia, no ponerla a prueba. Aunque el de Otelo es un caso extremo, los prejuicios constituyen a menudo una distorsión del razonamiento y llevan al cazador de mentiras a desestimar ideas, posibilidades o hechos que no se ajustan a lo que ya piensa. Y esto ocurre aun cuando esos mismos prejuicios lo hagan perjudicarse en algún sentido. A Otelo le tortura su creencia de que Desdémona le miente, pero no por ello se inclina a pensar en dirección opuesta, no por ello procura reivindicarla. Interpreta la conducta de Desdémona de un modo que confirma lo que él menos desea, lo que le es más penoso.
Esos prejuicios que distorsionan el razonamiento del cazador de mentiras, llevándolo a cometer errores de incredulidad pueden originarse en muchas fuentes. La falsa creencia de Otelo era obra de Lago, su malévolo asistente, quien estimulando y alimentando sus sospechas provocó el derrumbe de Otelo en su propio beneficio. Pero Lago no habría tenido éxito si Otelo no hubiese sido celoso. Las personas que por naturaleza ya son bastante celosas no precisan de ningún Lago para que sus celos se movilicen. Prefieren confirmar sus peores temores descubriendo lo que sospechan: que todo el mundo les miente. Los suspicaces hacen un pésimo papel como cazadores de mentiras, porque son propensos a caer en los errores de incredulidad. Existen, desde luego, individuos ingenuos que hacen lo contrario, no sospechan jamás de quienes los embaucan, y así cometen errores de credulidad.
Abundando el Tema:
APRENDE A DETECTAR MENTIRAS
No necesitas ser un detective profesional para saber si una persona está diciendo la verdad o está incurriendo en una mentira. Lo único que necesitas es saber cuáles son las señales que te esta enviando en sus mensajes y sobre todo ser muy observador con las acciones o inacciones o sea la forma de actuar de la persona mentirosa.
La mentira es una herramienta que casi todas las personas usan alguna vez en su vida, ya sea para perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un daño que te puedan infligir es muy importante para evitarte frustraciones y/o inconvenientes.
Si deseas contar con herramientas para desentrañar la verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y utiliza esta información para bien y no para mal.
GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES CONTRADICTORIAS
La mentira es una herramienta que casi todas las personas usan alguna vez en su vida, ya sea para perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un daño que te puedan infligir es muy importante para evitarte frustraciones y/o inconvenientes.
Si deseas contar con herramientas para desentrañar la verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y utiliza esta información para bien y no para mal.
GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES CONTRADICTORIAS
En la cara están las señales en las que puedes detectar fácilmente y atrapar al mentiroso(a). Algunas son:
• Una persona sincera sonará "congruente". Ésto quiere decir que toda la información que le esté dando (sus palabras, sus acciones, su lenguaje corporal, su sentido de responsabilidad y todo encaja, o sea no contiene contradicciones.) La gente que miente es incoherente y queda mal continuamente, lo que dicen y lo que hacen no siempre va a la par.
• El manejo de los tiempos al demostrar las emociones, también es poco común. Por ejemplo, alguien honesto puede gritar que le gustó mucho el regalo (gesto de sorpresa) y luego demostrar una sonrisa, mientras que un mentiroso tiende a concentrar la sonrisa y el comentario en el mismo tiempo.
• Las expresiones, los gestos y las acciones no concuerdan. Si alguien te dice que te quiere y te da un abrazo y en vez de hablar sobre ti y tu vida sobre ¿como te va?, y lo que hace es que te pregunta inmediatamente por otra persona, o cambia el tema es obvio que lo que sale de su boca no es congruente con sus acciones.
• La expresión de emociones de todo tipo, desde felicidad y sorpresa hasta tristeza y enojo, cubren todo el rostro. Por ejemplo, alguien que sonríe naturalmente implica todo su rostro, incluyendo movimientos en mandíbulas, mejillas y ojos. En el mentiroso no hay emocion en sus ojos ni su frente, solo en sus labios o boca.
REACCIONES
La forma de actuar ante las acciones también es una forma de averiguarlo. A continuación algunas señales:
Una persona que se sabe culpable de una mentira adopta una postura defensiva. Mientras que una inocente va al ataque o a reclamar al sentirse ofendida y cuestionar sus sospechas. El mentiroso se limitará a defenderse y ofrecer excusas, hasta hacer acusaciones contra quien lo cuestiona, hasta valiendose de artimañas poco eticas y/o profesionales, tienden a tergiversar la realidad.
El mentiroso se siente incómodo y evita la conversación y el encuentro de quien lo cuestiona, por lo tanto, tiende a tener el menor contacto posible con la victima de su engaño. Es el tipo de persona que le dice a su secretaria: -Dile que estoy en una reunión.-
Un mentiroso si es cuestionado atacará y subconcientemente se identificara a si mismo al decirle (mentiroso, embaucador o charlatán) a quien le señala, cuando esas palabras realmente se las dice a si mismo, de forma inconciente.
El mentiroso es una persona que cambia mucho de parecer y queda mal de continuo con la gente con quien ha hecho compromisos. Quedar mal es su principal caracteristica.
Si eres una persona que conoce todos los trucos del mentiroso y caes ante sus engaños, entonces tu serás el responsable del mal que te suceda. Si por el contrario los anticipas no deberias sufrir ninguna consecuencia.
Si has decidido creer en alguien o darle una oportunidad y luego te das cuenta que te va a engañar y hacer daño, entonces tienes las opciones de usar tus conocimientos para evitar ser engañado.
Si conoces como detectar un mentiroso puedes hacer una de (3) tres:
O se lo dices y lo confrontas
O dejas que las cosas transcurran y se compliquen
O decides jugar con el y hacerle creer que se va a salir con la suya, entonces lo tomas por sorpresa. (al menos esta es mi preferida) de modo que de esa forma el mentiroso y charlatán aprende una lección.
Para una persona que conoce y sabe leer el lenguaje del los mentirosos, estos son como los idiotas o delincuentes que dejan saber lo que van a hacer con anticipación, de manera que cuando actuan, ya los estaban esperando.
El mentiroso es como un telegrafo que continuamente envia señales.
El proposito de este trabajo es que conozcas esas señales y aprendas a identificarlos con tiempo.
Estudio y Analisis
¿Pueden las personas controlar todos los mensajes que transmiten, incluso cuando están muy perturbadas, o es que su conducta no verbal delatará lo que esconden las palabras?
Mi finalidad al escribir estos estudios no ha sido dirigirme sólo a quienes se ven envueltos en mentiras mortales. He llegado al convencimiento de que el examen de las motivaciones y circunstancias que llevan a la gente a mentir o a decir la verdad puede contribuir a la comprensión de muchas relaciones humanas. Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al menos la posibilidad de un engaño. Los padres les mienten a sus hijos con respecto a la vida sexual para evitarles saber cosas que, en opinión de aquéllos, los chicos no están preparados para saber; y sus hijos, cuando llegan a la adolescencia, les ocultan sus aventuras sexuales porque sus padres no las comprenderían. Van y vienen mentiras entre amigos (ni siquiera su mejor amigo le contaría a usted ciertas cosas), entre profesores y alumnos, entre médicos y pacientes, entre marido y mujer, entre testigos y jueces, entre abogados y clientes, entre vendedores y compradores.
Mentir es una característica tan central de la vida que una mejor comprensión de ella resulta pertinente para casi todos los asuntos humanos. A algunos este aserto los hará estremecerse de indignación, porque entienden que la mentira es siempre algo censurable. No comparto esa opinión. Proclamar que nadie debe mentir nunca en una relación sería caer en un simplismo exagerado; tampoco recomiendo que se desenmascaren todas las mentiras. La periodista Ann Landers está en lo cierto cuando dice, en su columna de consejos para los lectores, que la verdad puede utilizarse como una cachiporra y causar con ella un dolor cruel. También las mentiras pueden ser crueles, pero no todas lo son. Algunas —muchas menos de lo que sostienen los mentirosos— son altruistas. Hay relaciones sociales y/o religiosas que se siguen disfrutando gracias a que preservan determinados mitos (por ejemplo que Jesús nacio un 25 de diciembre y que Santa Claus existe). Sin embargo, ningún mentiroso debería dar por sentado que su víctima quiere ser engañada, y ningún descubridor de mentiras debería arrogarse el derecho a poner al descubierto toda mentira. Existen mentiras inofensivas y hasta humanitarias. Desenmascarar siempre ciertas mentiras que no hacen mayor daño, puede provocar humillación al mentiroso quien tal vez lo haga en cierto modo por agradar y/o hasta hacer amena una conversación. El cuentista folclórico que miente por entretener, no se debe confundír con el mentiroso egoista que va a sacar ventaja de ti y hacerte daño, son dos tipos diferentes.
En muchos casos, la víctima del engaño pasa por alto los errores que comete el embustero, dando la mejor interpretación posible a su comportamiento ambiguo y entrando en connivencia con aquél para mantener el engaño y eludir así las terribles consecuencias que tendría para si mismo al sacarlo a la luz. Un marido engañado por su mujer que hace caso omiso de los signos que delatan el adulterio puede así, al menos, posponer la humillación de quedar al descubierto como cornudo y exponerse a la posibilidad de un divorcio. Aun cuando reconozca para sí la infidelidad de su esposa, quizá coopere en ocultar su engaño para no tener que reconocerlo ante ella o ante los demás. En la medida en que no se hable del asunto, tal vez le quede alguna esperanza, por remota que sea, de haberla juzgado equivocadamente, de que ella no esté envuelta en ningún amorío.
EL ALCANCE DE LA DEFINICIÓN DE MENTIRA
Si una persona que a uno le resulta molesta falta a la verdad, es fácil que la llamemos mentirosa, pero en cambio es muy difícil que empleemos ese término por grave que haya sido su falta a la verdad, si simpatizamos con ella, es nuestro jefe o estamos haciendo un negocio con esa persona.
Sin embargo, para mi definición de lo que es mentir o engañar (utilizo estos términos en forma indistinta), estas cuestiones carecen de significatividad. Muchas personas —por ejemplo, las que suministran información falsa contra su voluntad— faltan a la verdad sin por ello mentir. Una mujer que tiene la idea delirante de que es María Magdalena no es una mentirosa, aunque lo que sostiene es falso. Dar a un cliente un mal consejo en materia de inversiones financieras no es mentir, a menos que en el momento de hacerlo el consejero financiero supiera que estaba faltando a la verdad. Si la apariencia de alguien transmite una muy mala impresión no está por ello mintiendo necesariamente, como no miente el camaleón que apela al camuflaje para asemejarse a una hoja, como no miente el individuo cuya ancha frente sugiere un mayor nivel de inteligencia del que realmente está dotado, como tampoco miente una persona con grandes titulos que en la practica es un mediocre.
Un mentiroso puede decidir que no va a mentir. Desconcertar a la víctima es un hecho deliberado; el mentiroso tiene el propósito de tenerla mal informada. La mentira puede o no estar justificada en opinión del que la dice o de la comunidad a la que pertenece. El mentiroso puede ser una buena o una mala persona, puede contar con la simpatía de todos o resultar antipático y desagradable a todos. Pero lo importante es que la persona que miente está en condiciones de elegir entre mentir y decir la verdad, y conoce la diferencia, Los mentirosos patológicos, que saben que están faltando a la verdad pero no pueden controlar su conducta, no cumplen con mis requisitos. Tampoco aquellos individuos que ni siquiera saben que están mintiendo, de los que a menudo se dice que son víctimas del autoengaño. Un mentiroso puede llegar a creer en su propia mentira con el correr del tiempo; en tal caso, dejaría de ser un mentiroso, y sería mucho más difícil detectar sus faltas a la verdad, por razones que explicaré más adelante. Un episodio de la vida de Benito Mussolini muestra que la creencia en la propia mentira no siempre es beneficiosa para su autor:
“...en 1938, la composición de las divisiones del ejército (italiano) se había modificado de modo tal que cada una de ellas abarcaba dos regimientos en lugar de tres. Esto le resultaba interesante a Mussolini, porque le permitía decir que el fascismo contaba con sesenta divisiones, en lugar de algo más de la mitad; pero el cambio provocó una enorme desorganización justo cuando la guerra estaba por iniciarse; y a raíz de haberse olvidado de él, varios años después Mussolini cometió un trágico error al calcular el poderío de sus fuerzas. Parece que muy pocos, excepto él mismo, fueron engañados”.
Para definir una mentira no sólo hay que tener en cuenta al mentiroso sino también a su destinatario, Hay mentira cuando el destinatario de ella no ha pedido ser engañado, y cuando el que la dice no le ha dado ninguna notificación previa de su intención de mentir. Sería extravagante llamar mentirosos a los actores teatrales; sus espectadores han aceptado ser engañados por un tiempo; por eso están ahí. Los actores no adoptan —como lo hace un estafador— una personalidad falsa sin alertar a los demás de que se trata de una pose asumida sólo por un tiempo. Ningún cliente de un asesor financiero seguiría a sabiendas sus consejos si éste le dijese que la información que va a proporcionarle es muy convincente…, pero falsa.
En mi definición de una mentira o engaño, entonces, hay una persona que tiene el propósito deliberado de engañar a otra, sin notificarla previamente de dicho propósito ni haber sido requerida explícitamente a ponerlo en práctica por el destinatario. Existen dos formas fundamentales de mentir: ocultar y falsear. El mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad nada que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino que presenta información falsa como si fuera cierta.
OCULTAMIENTO Y FALSEAMIENTO
A menudo, para concretar el engaño es preciso combinar el ocultamiento con el falseamiento, pero a veces el mentiroso se las arregla con el ocultamiento simplemente.
No todo el mundo considera que un ocultamiento es una mentira; hay quienes reservan este nombre sólo para el acto más notorio del falseamiento. Si un médico no le dice a su paciente que la enfermedad que padece es terminal, si el marido no le cuenta a la esposa que la hora del almuerzo la pasó en un motel con la amiga más íntima de ella, si el detective no le confiesa al sospechoso que un micrófono oculto está registrando la conversación que éste mantiene con su abogado, en todos estos casos no se transmite información falsa, pese a lo cual cada uno de estos ejemplos se ajusta a mi definición de mentira. Los destinatarios no han pedido ser engañados y los ocultadores han obrado de forma deliberada, sin dar ninguna notificación previa de su intento de engañar. Han retenido la información a sabiendas e intencionadamente, no por casualidad. Hay excepciones: casos en que el ocultamiento no es mentira, porque hubo una notificación previa o se logró el consentimiento del destinatario para que lo engañasen. Si marido y mujer concuerdan en practicar un “matrimonio abierto” en que cada uno le ocultará sus amorfos al otro a menos que sea interrogado directamente, no sería una mentira que el primero callase su encuentro con la amiga de su esposa en el motel. Si el paciente le pide al médico que no le diga nada en caso de que las noticias sean malas, no será una mentira del médico que se guarde esa información. Distinto es el caso de la conversación entre un abogado y su cliente, ya que la ley dispone que, por sospechoso que éste sea para la justicia, tiene derecho a esa conversación privada; por lo tanto, ocultar la trasgresión de ese derecho siempre será mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones de escoger el modo de mentir, por lo general preferirá ocultar y no falsear. Esto tiene muchas ventajas. En primer lugar, suele ser más fácil: no hay nada que fraguar ni posibilidades de ser atrapado antes de haber terminado con el asunto. Se dice que Abraham Lincoln declaró en una oportunidad que no tenía suficiente memoria como para ser mentiroso. Si un médico le da a su una explicación falsa sobre la enfermedad que padece para ocultarle que lo llevará a la tumba, tendrá que acordarse de esa explicación para no ser incongruente cuando se le vuelva a preguntar algo, unos días después.
También es posible que se prefiera el ocultamiento al falseamiento porque parece menos censurable. Es pasivo, no activo. Los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aunque en ambos casos sus víctimas resulten igualmente perjudicadas. El mentiroso puede tranquilizarse a sí mismo con la idea de que la víctima conoce la verdad, pero no quiere afrontarla. Una mentirosa podría decirse: “Mi esposo debe estar enterado de que yo ando con alguien, porque nunca me pregunta dónde he pasado la tarde. Mi discreción es un rasgo de bondad hacia él; por cierto que no le estoy mintiendo sobre lo que hago, sólo he preferido no humillarlo, no obligarlo a reconocer mis amorfos”.
Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no se expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su ignorancia del asunto, o su intención de revelarlo más adelante, o la memoria que le está fallando, etc., etc. El testigo que declara bajo juramento que lo que dice fue tal como lo dice “hasta donde puede recordarlo”, deja abierta la puerta para escapar por si más tarde tiene que enfrentarse con algo que ha ocultado. El mentiroso que alega no recordar lo que de hecho recuerda pero retiene deliberadamente, está a mitad de camino entre el ocultamiento y el falseamiento. Esto suele suceder cuando ya no basta no decir nada: alguien hace una pregunta, se lo reta a tablar. Su falseamiento consiste en no recordar, con lo cual evita tener que recordar una historia falsa; lo único que precisa recordar es su afirmación falsa de que la memoria le falla. Y si más tarde sale a luz la verdad, siempre podrá decir que él no mintió, que sólo fue un problema de memoria.
Un episodio del escándalo de Watergate que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon ilustra esta estrategia de fallo de la memoria. Al aumentar las pruebas sobre la implicación de los asistentes presidenciales H.R. Haldeman y John Ehrlichman en la intromisión ilegal y encubrimiento, éstos se vieron obligados a dimitir. Mientras aumentaba la presión sobre Nixon, Alexander Haig ocupó el puesto de Haldeman.
“Hacía menos de un mes que Haig estaba de vuelta en la Casa Blanca —leemos en una crónica periodística— cuando, el 4 de junio de 1973, él y Nixon discutieron de qué manera hacer frente a las serias acusaciones de John W. Dean, ex consejero de la Casa Blanca. Según una cinta magnetofónica de esa conversación, que se dio a conocer a la opinión pública durante la investigación, Haig le recomendó a Nixon esquivar toda pregunta sobre esos alegatos diciendo ‘que usted simplemente no puede recordarlo’.
Un fallo de la memoria sólo resulta creíble en limitadas circunstancias. Si al médico se le pregunta silos análisis dieron resultado negativo, no puede contestar que no lo recuerda, ni tampoco el detective puede decir que no recuerda si se coloca ron los micrófonos en la habitación del sospechoso. Un olvido así sólo puede aducirse para cuestiones sin importancia o para algo que sucedió tiempo atrás. Ni siquiera el paso del tiempo es excusa suficiente para no recordar hechos extraordinarios que supuestamente todo el mundo recordará siempre, sea cual fuere el tiempo que transcurrió desde que sucedieron.
Pero cuando la víctima lo pone en situación de responder, el mentiroso pierde esa posibilidad de elegir entre el ocultamiento y el falseamiento. Si la esposa le pregunta al marido por qué no estaba en la oficina durante el almuerzo, él tendrá que falsear los hechos si pretende mantener su amorío en secreto. Podría decirse que aun una pregunta tan común como la que se formula durante la cena, “¿Cómo te fue hoy, querido?”, es un requerimiento de información, aunque es posible sortearlo: el marido aludirá a otros asuntos que ocultan el uso que dio de ese tiempo, a menos que una indagatoria directa lo fuerce a elegir entre inventar o decir la verdad.
Hay mentiras que de entrada obligan al falseamiento, y para las cuales el ocultamiento a secas no bastará. La paciente Mary no sólo debía ocultar su angustia y sus planes de suicidarse, sino también simular sentirse mejor y querer pasar el fin de semana con su familia. Si alguien pretende obtener un empleo mintiendo sobre su experiencia previa, con el ocultamiento solo no le alcanzará: deberá ocultar su falta de experiencia, sí, pero además tendrá que fabricarse una historia laboral. Para escapar de una fiesta aburrida sin ofender al anfitrión no sólo es preciso ocultar la preferencia propia por ver la televisión en casa, sino inventar una excusa aceptable —una entrevista de negocios a primera hora de la mañana, problemas con la chica que se queda a cuidar a los niños, o algo semejante—.
También se apela al falseamiento, por más que la mentira no lo requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere encubrir las pruebas de lo que oculta. Este uso del falseamiento para enmascarar lo ocultado es particularmente necesario cuando lo que se deben ocultar son emociones. Es fácil ocultar una emoción que ya no se siente, mucho más difícil ocultar una emoción actual, en especial si es intensa. El terror es menos ocultable que la preocupación, la furia menos que el disgusto. Cuanto más fuerte sea una emoción, más probable es que se filtre alguna señal pese a los denodados esfuerzos del mentiroso por ocultarla. Simular una emoción distinta, una que no se siente en realidad, puede ayudar a disimular la real. La invención de una emoción falsa puede encubrir la autodelación de otra que se ha ocultado.
MENTIRA Y EMOCIONES
Ponerse una máscara es la mejor manera de ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte de él con la mano o lo aparta de la persona que habla dándose media vuelta, habitualmente eso dejará traslucir que está mintiendo.
La mejor máscara es una emoción falsa, que desconcierta y actúa como camuflaje. Es terriblemente arduo mantenerse frio o dejar las manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por dentro ocurre lo contrario, Mucho más fácil es adoptar una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de acciones contrarias a aquellas que expresan los verdaderos sentimientos.
El juego de poker es otra de las situaciones en las que uno puede recurir al enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más neutral, el propio de un jugador de poker. En caso de que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros, podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato: se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano.
Dicho sea de paso, las falsedades que sobrevienen en una partida de poker –los ocultamientos o los bluffs— no se ajustan a mi definición lo que es una mentira: nadie espera que un jugador de poker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el juego en sí constituye una notificación previa de que los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.
En su estilo sobre los jugadores de poker, David Hayano describe otra de las estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales: “charlan animadamente a lo largo de toda la partida para poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina de cabaret en la danza del vientre’ “. (“Poker Lies and Tells”, Human Behavior, marzo 1979.)
Para ocultar una emoción cualquiera, puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más habitualmente utilizada la sonrisa. Actúa como lo contrario de todas las emociones creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele elegírsela porque para concretar muchos engaños el mensaje que se necesita es alguna variante de que uno está contento. El empleado desilusionado porque su jefe ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al jefe, no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amiga cruel adoptará la pose de bienintencionada descargando sus acerbas críticas con una sonrisa de sincera preocupación.
Otra razón por la cual se recurre tan a menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte de los saludos convencionales y suelen requerirla la mayoría de los intercambios socia les corteses. Aunque una persona se sienta muy mal, por lo común no debe demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase de intercambios corteses a la gente rara vez le importa lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables, todo el mundo está habituado a pasar por alto las mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar mentiras a estos actos, ya que entre las normas implícitas de tales intercambios sociales está la notificación previa de que nadie transmitirá sus verdaderos sentimientos.
Otro de los motivos por los cuales la sonrisa goza de tanta popularidad como máscara es que constituye la expresión facial de las emociones que con mayor facilidad puede producirse a voluntad. Mucho antes de cumplir un año, el niño ya sabe sonreír en forma deliberada; es una de sus más tempranas manifestaciones tendentes a complacer a los demás. A lo largo de toda la vida social, las sonrisas presentan falsamente sentimientos que no se sienten pero que es útil o necesario mostrar. Pueden cometerse errores en la forma de evidenciar estas sonrisas falsas, prodigándolas demasiado o demasiado poco. También puede haber notorios errores de oportunidad, dejándolas caer mucho antes de la palabra o frase a la que deben acompañar, o mucho después. Pero en sí mismos los movimientos que llevan a producir una sonrisa son sencillos, lo que no sucede con la expresión de todas las demás emociones.
A la mayoría de la gente, las emociones que más les cuesta fraguar son las negativas. Mi investigación revela que la mayor parte de los sujetos no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos específicos necesarios para simular con realismo una falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegar- se con algo más de facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones. Si la mentira exige falsear una emoción negativa en lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en aprietos. Hay excepciones: Hitler era, evidentemente, un actor superlativo, dotado de una gran capacidad para inventar convincentemente emociones falsas. En una entrevista con el embajador inglés se mostró terriblemente enfurecido, gritó que así no se podía seguir hablando y se fue dando un portazo; un oficial alemán presente en ese momento contó más adelante la escena de este modo: “Apenas había cerrado estrepitosamente la puerta que lo separaba del embajador, lanzó una carcajada, se dio una fuerte palmada en el muslo y exclamó: ‘¡Chamberlain no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinete caerá esta misma noche’“
OTRAS FORMAS DE MENTIRA
Además del ocultamiento y el falseamiento, existen muchas otras maneras de mentir. Ya sugerí una al referirme a lo que podría hacer Ruth, el personaje de Updike, para mantener engañado a su marido a pesar del pánico. En vez de ocultar este último, cosa difícil, podría reconocerlo pero mentir en lo tocante al motivo que lo había provocado.
Otra técnica parecida consiste en decir la verdad de una manera retorcida, de tal modo que la víctima no la crea. O sea, decir la verdad... falsamente. O también recurriendo, a propósito, a la exageración.
Un ardid semejante al de decir falsamente una verdad es ocultarla a medias. Se dice la verdad, pero sólo de manera parcial. Una exposición insuficiente, o una que deja fuera el elemento decisivo, permite al mentiroso preservar el engaño sin decir de hecho nada que falte a la verdad.
Otra técnica que permite al mentiroso evitar decir algo que falte a la verdad es la evasiva por inferencia incorrecta. El columnista de un periódico describió humorísticamente cómo es posible apelar a ella para resolver el conocido intríngulis de tener que emitir una opinión ante la obra de un amigo cuando esa obra a uno no le gusta. Supongamos que es el día de la inauguración de su exposición de cuadros. Uno piensa que los cuadros de su amigo son un espanto, pero hete aquí que antes de poder deslizarse hacia la puerta de salida nuestro amigo viene a estrecharnos la mano y sin demora nos pregunta qué opinamos:
“‘Oh, Jerry’ —le contestaremos (suponiendo que nuestro artista se llame Jerry), y mirándolo fijo a los ojos como si estuviéramos embargados por la emoción, añadiremos: —‘¡Jerry, Jerry, Jerry!’. "te la comistes"
No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar de mirarlo fijo. Hay un 99 por ciento de probabilidades de que Jerry finalmente se libere de nuestro apretón de mano, farfulle una frase modesta y siga adelante... Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono altanero de un crítico de arte y la tercera persona gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la declaración, decir: ‘Jerry. Jerry. ¿Qué podría uno decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘Jerry... No encuentro palabras’. O con un poquito más de ironía: ‘Jerry: todo el mundo, todo el mundo, habla de ti’ “.
No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar de mirarlo fijo. Hay un 99 por ciento de probabilidades de que Jerry finalmente se libere de nuestro apretón de mano, farfulle una frase modesta y siga adelante... Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono altanero de un crítico de arte y la tercera persona gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la declaración, decir: ‘Jerry. Jerry. ¿Qué podría uno decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘Jerry... No encuentro palabras’. O con un poquito más de ironía: ‘Jerry: todo el mundo, todo el mundo, habla de ti’ “.
La virtud de esta estratagema, como la de la verdad a medias o la de decir la verdad falsamente, consiste en que el mentiroso no se ve forzado a faltar en modo alguno a la verdad. Sin embargo, considero que éstas son mentiras de todas maneras, porque hay un propósito deliberado de despistar al destinatario sin darle ninguna notificación previa.
Algún aspecto del comportamiento del mentiroso puede traicionar estas mentiras. Existen dos clases de indicios del engaño: un error puede revelar la verdad, o bien puede sugerir que lo dicho o lo hecho no es cierto sin por ello revelar qué es lo cierto. Cuando por error un mentiroso revela la verdad, yo lo llamo autodelación; y llamo pista sobre el embuste a las características de su conducta que nos sugieren que está mintiendo pero no nos dicen cuál es la verdad. Si el médico de una paciente que miente nota que ella se retuerce las manos al mismo tiempo que le dice que se siente muy bien, tendrá una pista sobre su embuste, una razón para sospechar que ella le miente; pero no sabrá cómo se siente realmente —podría estar rabiosa por la mala atención que se le brinda en el hospital, o disgustada consigo misma, o temerosa por su futuro—, salvo que ella cometa una autodelación. Una expresión de su rostro, su tono de voz, un desliz verbal o ciertos ademanes podrían traslucir sus auténticos sentimientos.
Una pista sobre el embuste responde al interrogante de si el sujeto está o no mintiendo, pero no revela lo que él oculta: sólo una autodelación puede hacerlo. Con frecuencia, eso no importa. La pista sobre el embuste es suficiente cuando la cuestión es saber si la persona miente, más que saber qué es lo que oculta. En tal caso no se precisa ninguna autodelación. La información sustraída puede imaginarse, o no viene al caso. Si un gerente percibe, gracias a una pista de este tipo, que el candidato que se presentó para el cargo le está mintiendo, con eso le basta, y no necesita ninguna autodelación del candidato para tomar la decisión de no emplear en su empresa a un mentiroso.
Hay ocasiones en que la autodelación sólo proporciona una parte de la información que la víctima necesita conocer: transmite más que la pista sobre el embuste, pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike. Ruth se vio presa del pánico porque no sabía cuánto había escuchado su esposo de la conversación telefónica que ella había mantenido con su amante. Cuando Jerry se dirigió a ella, tal vez Ruth hiciera algo que dejase traslucir su pánico (un temblor en los labios, un fugaz enarcamiento de las cejas). En ese contexto, un indicio tal sería suficiente para saber que estaba mintiendo, pues... ¿por qué otro motivo podría preocuparle que su esposo le hiciera esa pregunta? Ahora bien, dicha pista nada le diría a Jerry en cuanto a la mentira en sí, ni con quién estaba hablando ella. Jerry obtuvo parte de esa información porque la voz de Ruth la autodelató. Al explicarle por qué motivo no creía en lo que ella le había dicho sobre su interlocutor telefónico, Jerry le dice:
“—Fue por tu tono de voz.
“—¿En serio? ¿Y cómo era?— ella quiso lanzar una risita nerviosa.
“El miró al aire, como si se tratase de un problema estético. Se veía cansado y con el cabello cortado al ras parecía más joven y más delgado.
“—-Era un tono distinto al de costumbre —dijo—» Era la voz de una mujer»
“—Eso es lo que soy: una mujer.
“—Pero conmigo usas una voz de chiquilla —continuó él”.
La voz que había usado Ruth no era la que usaría con una empleada de la escuela dominical, sino más bien con un amante. Ella trasunta que el engaño de Ruth probablemente esté referido a un asunto amoroso, aunque todavía no le dice a su marido cómo es toda la historia. Jerry no sabe aún si el idilio acaba de comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el amante de su mujer. No obstante, sabe más de lo que habría podido averiguar con una pista sobre su embuste, que a lo sumo le habría informado que ella mentía.
EL TEMOR A SER ATRAPADO
En sus formas más moderadas, este temor, en vez de desbaratar las cosas, puede ayudar al mentiroso a no incurrir en equivocaciones al mantenerlo alerta. Si el temor es mayor, puede producir signos conductuales que el descubridor de mentiras avezado notará enseguida, y si es mucho mayor, el temor del mentiroso a ser atrapado da origen exactamente a lo que él teme. Si un mentiroso fuera capaz de calibrar cuál será su recelo a ser detectado en caso de embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones para resolver si vale la pena correr el riesgo. Y aunque ya haya decidido correrlo, saber estimar qué grado de recelo a ser detectado podría llegar a sentir lo ayudará a programar medidas contrarrestantes a fin de reducir u ocultar su temor. Esta información puede serle útil, asimismo, al descubridor de mentiras: si prevé que un sospechoso tiene mucho temor de ser atrapado, estará muy atento a cualquier evidencia de ese temor.
Un padre que se ha mostrado suspicaz y desconfiado con su hijo y no le ha creído cuando le dijo la verdad, despertará temor en un chico inocente. Esto plantea un problema decisivo en la detección del engaño: es casi imposible diferenciar el temor a que no le crean del niño inocente, del recelo a ser detectado que siente el niño culpable: las señales de uno y otro serán las mismas.
Estos problemas no se presentan exclusivamente en el descubrimiento del engaño entre padre e hijo: siempre es difícil distinguir el temor del inocente a que no le crean, del recelo del culpable a ser detectado. Y la dificultad se agranda cuando el descubridor de la mentira tiene fama de suspicaz, de no haber aceptado sin más la verdad anteriormente. A éste le será cada vez más problemático distinguir aquel temor de este recelo. La práctica del engaño, así como el éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el recelo a ser detectado. El marido que engaña a su esposa con la decimocuarta amante no se preocupará mucho porque lo atrape: ya tiene práctica suficiente, sabe lo que puede prever que sucederá y lo que tiene que encubrir; y lo que es más importante, sabe que puede salir airoso. La confianza en uno mismo aminora el recelo de ser descubierto. Por otra parte, un mentiroso que se propasa en su autoconfianza puede cometer errores por descuido; es probable que cierto recelo de ser detectado sea útil para todos los mentirosos.
El detector eléctrico de mentiras, o polígrafo, opera basándose en los mismos principios que la persona que quiere detectar mentiras a través de señales conductuales que las traicionen, y está sujeto a los mismos problemas. El polígrafo no detecta mentiras sino sólo señales emocionales. Sus cables le son aplicados al sospechoso a fin de medir los cambios en su respiración, sudor y presión arterial. Pero en sí mismos el sudor o la presión arterial no son signos de engaño: las palmas de las manos se humedecen y el corazón late con mayor rapidez cuando el individuo experimenta una emoción cualquiera.
Por eso, antes de efectuar esta prueba, la mayoría de los expertos que utilizan el polígrafo tratan de convencer al sujeto de que el aparato nunca falla, y le administran lo que se conoce como una “prueba de estimulación”. La técnica más frecuente consiste en demostrarle al sospechoso que la máquina podrá adivinar qué naipe ha extraído del mazo. Se le hace extraer un naipe y después volver a ponerlo en el mazo; luego se le pide que conteste negativamente cada vez que el examinador le inquiere por un naipe en particular. Algunos expertos que emplean este aparato no cometen errores gracias a que desconfían de él, y utilizan un mazo de naipes marcados. Justifican la trampa basándose en dos argumentos: si el sospechoso es inocente, importa que él crea que la máquina es perfecta, pues de lo contrario tendría temor de que no le creyesen; si es culpable, importa que tenga recelo de ser atrapado, pues de lo contrario el aparato no operaría en verdad. La mayoría de los que utilizan el polígrafo no incurren en esta trampa contra sus sujetos, y confían en que el polígrafo sabrá decirles con exactitud cuál fue el naipe extraído.
Ocurre lo mismo que en "Pleito de Honor": el sospechoso tiene que estar persuadido de la habilidad del otro para descubrir su mentira. Los signos de que tiene temor serían ambiguos si no pudiesen disponerse las cosas de modo que únicamente el mentiroso tenga miedo, no el veraz Los exámenes con polígrafos no sólo fracasan porque algunos inocentes temen ser falsamente acusados o porque por algún otro motivo los perturba el hecho de ser sometidos a un examen, sino también porque algunos delincuentes no creen en la máquina mágica: saben que pueden burlarla, y por eso mismo se vuelve más probable que sean capaces de lograrlo.
Hasta ahora hemos visto de qué manera la fama del descubridor de mentiras puede influir en el recelo a ser detectado del mentiroso y en el temor a que no le crean del inocente. Otro factor que gravita en el recelo a ser detectado es la personalidad del mentiroso. Hay individuos a los que les cuesta mucho mentir, en tanto que otros lo hacen con pasmosa soltura. Se sabe mucho más de los que mienten con facilidad que de los que no pueden hacerlo. Algo pude descubrir sobre estos últimos en mi investigación sobre el ocultamiento de las emociones negativas.
Hay individuos que son especialmente recelosos de ser atrapados mintiendo; están convencidos de que todos los que los están mirando se darán cuenta de que miente, lo que se convierte en una profecía que termina por cumplirse
Hasta ahora he descrito dos factores determinantes del recelo a se detectado: la personalidad del mentiroso y, antes que esto, la fama y carácter del descubridor de la mentira. No menos importante es lo que está en juego al mentir. La regla es muy simple: cuanto más sea lo que está en juego, mayor será el recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regla puede ser complicada, porque no siempre es sencillo averiguar qué es lo que está en juego.
El recelo a ser detectado será mayor si lo que está en juego es evitar un castigo, y no meramente ganar una recompensa.
Un engaño puede acarrear dos clases de castigo: el castigo que aguarda en caso de que la mentira falle y el que puede recibir el propio acto de mentir. Si están en juego ambos, será mayor el recelo a ser detectado. A veces el castigo en caso de que a uno lo descubran engañando es mucho peor que el castigo que deseaba evitar con su engaño. En ‘Pleito de honor’, el padre le comunicó a su hijo que ésa era la situación. Si el descubridor de mentiras puede hacerle saber con claridad al sospechoso, antes de interrogarlo, que su castigo por mentir será peor que el que se le imponga por su delito, tiene más probabilidades de disuadirlo de que mienta.
Pero aunque el transgresor sepa que el daño que sufrirá si se descubre su mentira será mayor que el que recibirá si admite su falta, mentir puede resultarle muy tentador, ya que confesar la verdad le provocará perjuicios inmediatos y seguros, en tanto que la mentira contiene en sí la posibilidad de evitar todo perjuicio. La perspectiva de eludir un castigo inmediato puede ser tan atrayente que el impulso que lo lleva a eso hace que el mentiroso subestime la probabilidad de ser atrapado, y el precio que ha de pagar en caso de serlo. El reconocimiento de que la confesión habría sido una mejor estrategia llega demasiado tarde, cuando el engaño se ha mantenido ya por tanto tiempo y con tantas argucias, que ni siquiera la confesión logra reducir el castigo.
Para sintetizar, el recelo a ser detectado es mayor cuando:
• el destinatario tiene fama de no ser fácilmente engañable;
• el destinatario se muestra suspicaz desde el comienzo;
• el mentiroso carece de mucha práctica en el arte de mentir, y no ha tenido demasiados éxitos en esta materia;
• el mentiroso es particularmente vulnerable al temor a ser atrapado;
• lo que está en juego es mucho;
• hay en juego tanto una recompensa como un castigo; o bien, en el caso de que haya una sola de estas cosas en juego, es el castigo;
• el castigo en caso de ser atrapado mintiendo es grande, o bien el castigo por lo que se intenta ocultar con la mentira es tan grande que no hay incentivo alguno para confesarla;
• el destinatario de la mentira no se beneficia en absoluto con ella.
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